Este 8 de Marzo de 2018, alrededor de 60 países vuelven a unirse en un Segundo Paro Internacional de Mujeres, una acción colectiva surgida de décadas de encuentro y organización que, con el tiempo, logró ensanchar los núcleos originales y multiplicar su capacidad de convocatoria. No sólo es notable la formación de los feminismos populares, unidos por la conciencia de que el ajuste económico afecta mayoritariamente a las mujeres, sino también la presencia de las generaciones más jóvenes, dispuestas a enfrentar las desigualdades sostenidas por la cultura machista. Gracias a las redes sociales, las demandas lograron traspasar las fronteras y adquirir una visibilización que tiempo atrás hubiera sido impensable, enlazándose en un punto común: la necesidad de desarmar las relaciones de poder basadas en los roles de género.
Al igual que en 2017, el paro supone cuestionar la estructura conservadora y jerárquica al interior de las organizaciones sindicales y reclamar una participación efectiva de las trabajadoras al momento de tomar decisiones. Según los últimos datos del Ministerio de Trabajo de la Nación presentados en septiembre de 2017, solo cuatro de las 22 organizaciones censadas cumplen con el cupo sindical femenino, establecido por ley desde el año 2002. De acuerdo a la normativa, la representación de las mujeres en los cargos electivos debe alcanzar un mínimo del 30%. Pero además, las mujeres han sido históricamente relegadas: los puestos que ocupan se circunscriben por lo general a secretarías de género, de la mujer o de familia y niñez, siendo excluidas de los cargos directivos superiores.
La masividad de la convocatoria mundial – que este año busca superarse – demuestra, una vez más, que las mujeres conforman una fuerza política capaz de pararse contra las desigualdades que las aquejan y reclamar una vida que puedan transitar según su propio deseo. Es un grito contra las violencias y también contra un sistema entero que oprime las identidades disidentes.