Por qué decimos la Entrada Triunfal de Jesús a Jerusalén ?
“Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.” (Zacarías 9:9)
Para muchos estudiosos de los Evangelios no pasa inadvertido el hecho de que Jesús, consciente de que había llegado su hora, prepara esta entrada, la hace pública. Una entrada que tuvo que haber sorprendido mucho a los romanos acostumbrados a otros tipos de desfiles triunfales cuando regresaba algún general victorioso o el mismo César. En contraste con todo esto, el Señor Jesús iba montado en un asno, sin prisioneros ni riquezas. Esto servía para mostrar con claridad que él se estaba presentando como el “Príncipe de Paz” (Isaías 9:6) y el “Salvador humilde” (Zacarías 9:9).
Hasta ese momento, todo el ministerio de Jesús había tenido lugar en Galilea o en las regiones de alrededor, pero ahora Jesús está en el centro mismo del judaísmo, donde se encontraba el templo y las máximas autoridades religiosas de Israel. Se trataba, por lo tanto, de una visita oficial del Mesías a la capital de su reino. El Señor se presentó en cumplimiento de las Escrituras. Su entrada triunfal, aclamado por el pueblo, corroboraba con exactitud lo anunciado por el profeta Zacarías.
Cuando Jesús llega a Jerusalén, su viaje no concluye en el palacio, sino en el Templo, porque esa era su casa, y el lugar de su trono. Así había sido siempre en la historia de Israel desde los días en que habían salido de Egipto y Dios mismo moraba entre ellos en el Tabernáculo y luego en el Templo.
A través de los relatos de Marcos (en sus evangelios) entendemos que Jesús desea examinar los diferentes aspectos de la religión judía, para constatar finalmente que no habían dado los frutos que Dios esperaba, y por esta razón, aunque con lágrimas y profundo dolor, tuvo que emitir su juicio contra ella.
Por supuesto, ésta presentación pública no agradó a las autoridades judías, que vieron peligrar su posición de liderazgo y los grandes beneficios económicos y políticos que por esta causa disfrutaban, lo que dio lugar a que su oposición y enemistad contra Jesús llegara a su clímax, y conforme al programa divino, decidieran que el Cristo de Dios fuera crucificado.
No había lugar para él en Jerusalén. Salvo la noche de su arresto y juicio, no pasó ni una noche en ella. En cambio se encontraba cómodo en la acogedora casa de María, Marta y Lázaro de Betania, así que se fue allí con los doce apóstoloes.