Uno lo va a negar, otro lo entrega, otros duermen. Jesús queda solo.
Jesús preparó dos entradas diferentes a Jerusalén. La primera fue la del Domingo de Ramos y la segunda tuvo lugar una semana después, justo antes de ser arrestado.
En la primera entrada pidió prestado un asno, y en esta segunda un aposento alto. En la primera permitió la máxima atención sobre sí mismo y en la segunda se aseguró fuera en el máximo secreto y sirviera para cumplir con la Pascua. En la primera entrada, todo fue fervor popular, y pasada una semana éste fue sustituido por el odio, y los mismos que aquel día lo aclamaban como Rey gritarían ante Pilatos para que fuera crucificado.
“El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, cuando sacrificaban el cordero de la pascua, los discípulos preguntaron a Jesús: ¿Dónde quieres que vayamos a preparar para que comas la pascua?”
Y el Señor les dijo: “Id a la ciudad, y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle, y donde entrare, decid al señor de la casa: El Maestro dice: ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos? Y él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto” (Marcos 14: 12-25)
En el judaísmo la pascua era una fiesta anual en la que se celebraba la liberación que Dios había hecho de los israelitas cuando estaban esclavos en Egipto. Además era un tiempo de comunión y solidaridad entre el pueblo que se expresaba con una comida fraternal.
Pero Cristo vivió aquella pascua de una forma muy diferente, porque fue entonces cuando Jesús se despidió de sus discípulos. Después de cenar irían al huerto de Getsemaní, donde el Señor sería arrestado y los discípulos dispersados, así que no volverían a verle hasta después de su resurrección.
Jesús llegó con los doce al lugar destinado, y juntos se sentaron a participar de la última cena que el Señor comería antes de su muerte. Bajo el peso de una emoción profunda les dijo: “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! Porque os digo que no comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios”. Y tomó una pieza de pan y, habiendo reverentemente dado gracias, la santificó con una bendición y dio una porción a cada uno de los apóstoles, diciendo: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo”; o como leemos en S. Lucas: “Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí.” Entonces, tomando una copa de vino dio gracias, lo bendijo y dio a ellos con este mandamiento:
“Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba de nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.”
Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.”
La ley de Moisés decretaba que hubiese amor mutuo entre amigos y vecinos; pero en el nuevo mandamiento, por el cual habían de regirse los apóstoles, se incorporaba un amor superior. Debían amarse los unos a los otros como Cristo los amaba.
La cena continuó en un ambiente de tensión y tristeza. En (Marcos 14:18) y (Marcos 14:18) el evangelista coloca la celebración entre dos anuncios, uno de traición (la de Judas) y otro de abandono, lo que resalta la soledad de Cristo acrecentada aún más por su relato en el huerto de Getsemaní.
Uno lo va a negar, otro lo entrega, otros duermen. Jesús queda solo.