Por Diego Frau y Analía Ale (INALI, CONICET-UNL).
Cada 22 de marzo se conmemora el Día Mundial del Agua. Esta fecha se remonta a 1992, año en el que tuvo lugar la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, reunida en Río de Janeiro (Brasil), y de la cual surgió la propuesta. Su intención principal es concientizar acerca de la crisis mundial del agua y de la necesidad de adoptar medidas para alcanzar uno de los objetivos enmarcados en el desarrollo sostenible del milenio: obtener agua y saneamiento para todas las personas antes del año 2030.
Sin embargo, la realidad es que, debido al desarrollo económico, la población mundial en expansión, el crecimiento de los entramados urbanos y de las actividades relacionadas a la agricultura y la industria, cada vez necesitamos más agua para asegurar nuestra subsistencia. A su vez, esto tiene algunas otras implicancias que también deben ser atendidas, como es el efecto que tienen dichos patrones de consumo de agua sobre el funcionamiento y provisión de servicios ecosistémicos de nuestros cuerpos de agua dulce.
En este día, desde el Instituto Nacional de Limnología (INALI, CONICET-UNL), instituto dedicado al estudio de los sistemas acuáticos continentales de Argentina y localizado dentro de la Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional del Litoral (Santa Fe), invitamos a reflexionar sobre algunos aspectos de la realidad que hoy nos atraviesa en relación con el agua dulce.
Agua y cambio climático
Los efectos del cambio climático, potenciados por el aumento de la concentración de gases con efecto invernadero en la atmósfera, está llevando a que las temperaturas medias anuales y los patrones de distribución del agua estén cambiando. En Argentina y según el último informe sobre cambio climático (República Argentina, 2016) se pronostica en el corto plazo (2015-2039) para la región Litoral y Centro un aumento de los extremos relacionados con altas temperaturas y precipitaciones intensas. Esto se traduce en olas de calor más frecuentes y periodos prolongados de sequía, seguidos de precipitaciones ocasionales de gran magnitud. Dichos fenómenos afectarán gravemente a la producción agroganadera de nuestra provincia, dado que depende fuertemente de precipitaciones adecuadas para el crecimiento de los cultivos y pasturas para el ganado, así como también al sistema de drenaje de las ciudades y fuentes de aprovisionamiento para la producción de agua potable.
A lo antes dicho se le suman los cambios que se producen por la pérdida o reducción de los grandes bosques (moduladores por excelencia de humedad) que son transformados en área de cultivo, y la pérdida de humedales; potentes secuestradores de carbono, particularmente en la región Centro, como consecuencia del aumento en la actividad agrícola, las quemas y los emprendimientos inmobiliarios. Por lo tanto, nos enfrentamos a la realidad de que el agua dulce que puede ser utilizada para potabilización y consumo, así como la flora y la fauna de nuestros ambientes acuáticos, probablemente se vean afectadas de forma negativa en el futuro próximo por efecto del cambio climático.
El efecto de la Niña y la sequía
La Niña es una fase junto con el Niño y la fase Neutra de un fenómeno natural conocido como “El Niño/Oscilación del Sur” (ENOS), que se origina en la parte central y oriental del océano Pacífico y tiene una gran influencia en las condiciones climáticas de gran parte del planeta. Este fenómeno tiene una periodicidad irregular, usualmente ocurre cada dos a siete años, y se declara cuando las temperaturas del mar en el Pacífico oriental tropical aumentan más de 0,5 °C (Niño) o disminuye (Niña) del promedio durante varios meses consecutivos.
En particular, en nuestra región, la Niña se caracteriza por producir temperaturas más elevadas que la media y escasas precipitaciones (sequía). Desde el año 2020, fecha en que se inició esta fase, venimos sufriendo los efectos de la sequía, y esto ha tenido fuertes impactos en la producción agrícola-ganadera de la provincia de Santa Fe. En nuestra ciudad, el acusado efecto de la sequía pudo verse también en la reducción de la superficie del espejo de agua en el sistema de la laguna Setúbal; fenómeno que trajo a su vez inconvenientes en la producción de agua potable. Las predicciones actuales del Servicio Meteorológico Nacional prevén un 50% de posibilidades de ingresar a una fase Neutra que llevaría a una normalización de las temperaturas y precipitaciones esperadas para el próximo trimestre.
Huella Hídrica
La “huella hídrica” (HH) es un indicador medioambiental que define el volumen total de agua dulce utilizado para producir bienes y servicios que habitualmente consumimos. Este indicador evalúa el impacto sobre los recursos hídricos que requiere la producción de un bien o la prestación de un servicio a lo largo de toda su cadena de producción, incluyendo, en el cálculo, las materias primas. Por ejemplo, para una persona que se ducha todos los días durante 10 minutos, su gasto de agua puede suponer 73.000 litros por año, producir un kg de carne vacuna, cuesta en promedio, 15.400 litros por kg de carne producida o incluso producir un tomate puede consumir en promedio, 15 litros de agua. Estos valores son estimaciones que pueden variar según las condiciones climáticas, tipos de suelo y métodos de explotación, pero resultan útiles en términos de establecer medidas de gestión destinadas a aumentar la eficiencia en el consumo de agua dulce y así reducir su uso.
La forma en que valoremos el agua determina la forma en que la misma se gestiona y se asigna para sus diferentes usos. En este sentido, el agua se convierte en un recurso finito e irremplazable que tiene un elevado valor para nuestra subsistencia como especie humana, pero también para todo el resto de las especies que dependen y sobreviven gracias al agua. Desde el INALI esperamos que, en esta fecha, conocer un poco más sobre este recurso vital genere en cada habitante mayor consciencia sobre su uso racional y adecuado, para cuidar lo que nos rodea y así también, cuidarnos.